domingo, 28 de julio de 2013

Un domingo cualquiera

Mientras se limpiaba las lágrimas pensaba en lo fácil que sería dejarlo todo y volver. Claro, no era la primera vez que lo pensaba, y posiblemente no sería la última (de las pocas cosas por las que podría poner la mano en el fuego). Soñaba despierta con esos hoteles de mil estrellas, con cenas sin menú definido y donde litros y litros de experiencias y risas llenarían el ambiente... Soñaba con el sol bronceando su piel, con un mundo en el que el dinero que entrase en la cuenta a final de mes no fuera de importancia, ni el tipo de trabajo que hicieras, donde no te juzgasen por tu nacionalidad... Donde lo importante fuera el amor, el cariño, la solidaridad, y el sentido común. Un mundo donde la congruencia fuera la base, y no la lucha, la envidia y las ganas de quedar por encima de los demás... ¿Por qué tenemos que demostrar cosas a los demás? ¿O quizás es simplemente a nosotros mismos? 

Pensaba a menudo en ña fábula del pescador y el empresario, y se castigaba pensando en si no estaría ella cayendo en ese error. A veces sólo querría llorar y llorar en sus brazos, dejar salir toda esa tristeza y dolor, y que él le dijera que todo iría bien, como en las películas. Ahora sólo le quedaba esa sensación amarga de que ya quedaba menos, y de que en el futuro ya no habría que derramar lágrimas por esto, que los hoteles de mil estrellas estarían por todas partes, y que sólo tendrían que elegir destino y disfrutar.

Y mientras tanto, ¿cuál es la solución?